A la voz ‘dormida’
Pensando y pensando me doy cuenta la cantidad de gente que
pasa por nuestra vida a lo largo de ella, pero muy pocas de esas personas te
dejan una huella dentro imborrable. Y
esas personas que sí lo hacen consiguen que nunca puedas borrar esa marca.
Eva fue una de esas personas en mi vida.
Recuerdo la primera vez que la vi. Su cuidada imagen, su
indestructible sonrisa y sus vivarachos ojos negros se quedaron grabados en mi
memoria. La cosa no mejoró al conocerla. Una personalidad arrolladora, una
dulzura casi divina, un tesón digno de los héroes. Esa era ella.
Estoy segura de que a cada una de las personas que la
conocimos nos dejó un sabor diferente, pero igual de maravilloso en todos
nosotros. En mi caso, la recuerdo con la
viveza de un pájaro, con la calidez de un rayo de sol y con el tesón de esos
héroes griegos de la literatura que a ella tanto le gustaba.
Su voz, sin duda irrepetible, fue mensajera de buenas y
malas noticias, pero siempre con ética, con compromiso y con responsabilidad.
Eso me enseñó. Me enseñó a vivir la vida. A saborear los momentos. A ser feliz
y hacer feliz a los demás.
Hasta el último suspiro nos dio ánimos a todos. Ella nunca
dejó que la batalla que libraba se mostrara en público. Sufrió en silencio y
vivió a gritos. Y nos hizo vivir a los demás.
Fortaleza, valentía y lucha. No hay tres palabras que mejor
la definan. Fue fuerte como el roble centenario. Valiente como los caballos de
batalla. Luchadora como sólo ella sabía serlo y como pocas veces veremos luchar.
El jueves, esa voz que nos condujo a través de La Rioja Baja
se apagó y quedó tan sólo silencio. Un silencio casi aterrador, pero cálido a
la vez. Un silencio doloroso, pero que acogimos con la valentía con la que ella
lo hubiera hecho. Un silencio sin fin.
Pero no estemos tristes, ella no lo querría así. Ella
querría escuchar la música flamenca que bailaba. Querría reír a carcajadas.
Querría compartir con nosotros su inmejorable e imborrable sonrisa. Y su
recuerdo nunca se borrará.
Fue inmejorable en su trabajo. Amada en su vida. Y recordada
tras su partida.
Su voz ya no sonará en nuestra Rioja Baja, a cambio, allí
donde ahora more, seguro que será la voz de la vida.
Sara Sáenz de Inestrillas
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